2 de noviembre de 2008

Epulón, en recesión



Un nuevo azote se cierne sobre el castillo del Príncipe Próspero. Esta anunciada pestilencia, llamada recesión, amenaza con trastocar el lujoso estilo de vida de sus atribulados residentes; algunos temen verse privados de la última versión del iPod o del móvil ; hay quienes habrán de moderar los dispendios de la cuchipanda sabatina. Y a muchos, ¡ay! No les alcanzará para hacerse con un muy necesario segundo Audi. El orondo Epulón se aprieta el cinturón, sufre, tiembla ante su maldita crisis. Poco le importa que , más allá del castillo, convenientemente apartados de su vista, infinidad de Lázaros languidezcan desde hace décadas, estrangulados por las apreturas de un cinturón que nunca afloja. En Lazarolandia, no se habla de crisis, sino de inanición, de desnutrición, de un perpetuo saqueo activado por los múltiples mecanismos puestos en marcha por Epulón, la descomunal sanguijuela.

O sea que nada, Epulón, a preocuparse por lo suyo, faltaría más. Y lo que verdaderamente debe aterrar al Príncipe Próspero es que detrás de la máscara de la crisis se oculte algo mucho más siniestro y devastador: una Peste aniquiladora del capitalismo, un sistema montado sobre la absurda utopía del eterno crecimiento económico en un mundo finito y con signos de agotamiento, cebado por una desbocada noria de producción y consumo, y sostenido por la bien disimulada rapiña del débil por parte del fuerte.

Frente a los negros augurios, el Príncipe planifica una estrategia. Hay que salvar el áureo edificio capitalista a toda costa. Y llega incluso a sacarse de la manga rimbombantes conceptos como “refundar el capitalismo” , pretensiones de sutileza política que esconden una intención de dejar todo igual.Fukuyama forever!
Y el dilema de todo Diógenes que habite el castillo estriba en no saber si alegrarse o no de la posible demolición de la fortaleza; por un lado desearía su ruina, por dos razones de peso: por la absoluta iniquidad que supone el permitir – peor aún, contribuir a- la miseria circundante y por defender un modo de producción completamente insostenible.(“quien crea que el desarrollo de la economía puede durar eternamente en un mundo limitado es un loco o un economista” Kenneth Boulding) Pero por otro lado está claro que a este Diógenes reciclado en Epicúreo no le apetece nada verse arrastrado por el lodazal. Tampoco le entusiasma que le cuelguen el fastidioso sambenito de antisistema, ni de apóstol del Apocalipsis. ¿No son acaso los visionarios, los profetas de las catástrofes, el blanco preferido de la befa popular? Así debió ocurrir con quienes advirtieron a sus conciudadanos anasazis, pascuenses o mayas sobre las irreparables consecuencias derivadas de su insostenible modo de vida, y así les fue a esos (y a otros ) pueblos ….La gran diferencia es que entonces a un daño local siguió un desastre local, mientras que al actual daño global (planetario) seguirá …….Ah, ya, el catastrofista, (risas)

Y, consciente de que es más sencillo criticar que construir, este Diógenes tábano e iconoclasta se afana en idear un esquema alternativo , uno que no comprometa la vida sobre la tierra, que asegure una digna calidad de vida y que procure una justicia básica para todos los habitantes del planeta. Casi nada… Parece claro que el capitalismo no cumple ninguno de estos criterios, pero ¿Cuál es la opción? ¿Resucitar a Marx? No parece muy viable, puesto que, mientras que su versión más ortodoxa ya ha recibido atea sepultura, la otra, la “light” ha sido completamente fagocitada por su antiguo enemigo, de modo que los variopintos socialismos actuales hace tiempo que bajaron el puño, inclinaron sumisamente la cerviz y hoy se cuentan entre los más fervorosos adoradores del becerro del libre mercado. Y tampoco olvidemos que el comunismo no deja de ser desarrollista, por más que los medios que posibiliten el desarrollo queden en manos del Estado, por lo que difícilmente puede ser la panacea de los males presentes. Lo cierto es que, más allá de tales “ismos”, el cáncer de este mundo radica en el concepto mismo del crecimiento económico, un crecimiento insaciable que considera a la naturaleza como un mero activo económico,y al planeta como zona de sacrificio . Escribe Alan Durning “hemos saqueado nuestras casas para edificar muros a su alrededor. Lo que nos queda, tristemente, son unos muros impresionantes y una casa empobrecida: un planeta con el aire, el agua y el suelo envenenados, con las granjas deshechas, colinas despojadas y, a cada hora que pasa, menos especies vivas”

He aquí la madre de todas las crisis, y no los temblores bancarios y bursátiles que tanto asustan a Epulón.

O sea que si descartamos al Capitalismo y al Comunismo por su intrínseca sumisión al desarrollismo económico, ¿qué nos queda? ¿Cómo vivir? Habrá que prestar atención a las nuevas corrientes que se van perfilando, lenta, difusamente , pero de una manera imparable. Me refiero a los movimientos antiglobalización , a manifestaciones indigenistas, a nuevos proyectos tendentes a simplificar nuestro modo de vida, a domeñar nuestra insaciable ambición de bienes materiales. Surgen conceptos revolucionarios, como los del crecimiento “0” o los que abogan por el decrecimiento, que implican de hecho un radical, profundo cambio en nuestra manera de entender el mundo y que conducen a la dinamitación del fetiche del crecimiento al que por tanto tiempo hemos venerado. ¿Utópico? Pues lo parece, sí, pero pensándolo bien, lo verdaderamente irreal es creer que el actual sistema pueda mantenerse indefinidamente, o sea que tarde o temprano, por las buenas o por las malas, el cambio se producirá.

No creo que la recesión actual suponga el colapso inmediato del capitalismo, sino que los síntomas se van manifestando gradualmente, en forma de alteraciones del clima, de apretones financieros, de grietas en los muros del Primer Mundo…¿Seremos capaces de interpretarlos? No lo creo. Ni los jerifaltes del Antiguo Régimen, ni los mandatarios de la Roma Imperial, ni los prohombres de la refinada civilización Maya quisieron o supieron poner coto a la carcoma que los habría de destruir, y el tinglado actual es incomparablemente más complejo que éstos. Hacemos oídos sordos a los llamamientos de científicos, biólogos, economistas (algunos), filósofos , súplicas desesperadas para que bajemos el pistón. No hay caso; la camisa de fuerza del desarrollismo nos subyuga, nos paraliza. Nos merecemos lo que haya de sobrevenirnos. Tiembla Epulón, estremécete, Príncipe Próspero. Y maldice tu insensata ceguera.

3 comentarios:

libreandoquenoespoco dijo...

Muhas gracias ^^ seguire tu blog y estare encantado si opinas e las entradas del mio ^^

Un abrazo!

Anónimo dijo...

Desde mi punto de vista, parece que nos acercamos a ese destino trágico del capitalismo (un destino fijado desde hace mucho tiempo) pero, hace falta mucho más que una sebera crítica al modelo económico vigente para desmantelarlo por completo. Cierto es que alternativas existen, pero, ¿quién tiene fuerza para cambiarlo todo? El mundo no es nuestro, es de "ellos" y no dejaremos de ser meros títeres hasta que el nicho se nos abra.

Anónimo dijo...

Severa con "V"