9 de noviembre de 2008

misantropía


Esto de ir de cínico tiene su lado fastidioso, no creas. Aunque dé la impresión de que mantener una postura de burlesco desdén hacia los convencionalismos y costumbres mayoritarias sea guay y de lo más entretenido, esto tiene sus inconvenientes. Lo malo es que parece que uno va permanentemente a la contra como una diversión, como una estrategia preestablecida, y no es así (en mi caso, al menos) Qué se le va a hacer si uno defiende unas ideas políticas, económicas , éticas, filosóficas ¡incluso deportivas!-declararse antirrealista en San Sebastián roza el anatema…- opuestas a las del populacho. Y, claro, eso de ser tan poco correcto hace de uno poco menos que un minienemigo público, el aguafiestas de todos los saraos…
¿Es el cínico un misántropo? ¿Piensa que el homo sapiens es una especie despreciable? Glub, uno queda fatal si responde afirmativamente; ¡escarnio e infamia para quien denigre a su propia condición! El mínimo corporativismo exigible es a un nivel de especie, una especie de cosa nostra biológica que nos cemente y permita una básica distinción entre el “nosotros “ y el “los otros” , Después de todo, así hemos sido cincelados por la evolución, ¿no? Pues no, va el cínico y escalda sin piedad a los suyos ; nada en la condición humana parece escapar a sus vitriólicas puyas. Perverso.
De todas maneras, siendo justos, hay que preguntarse sinceramente hasta qué punto somos los humanos merecedores de tales embistes misantrópicos. ¿Cabe la autocrítica como especie? En teoría nada podemos achacar a nuestra naturaleza, a lo que nos viene dado (la Physis) , -¿es un escorpión culpable de picar?-, pero es que en nuestra especie hay que sumar el “nomos” , todo lo derivado de nuestro albedrío, característica ésta exclusivamente humana y que sí puede- y debe- ser objeto de valoración y , dado el caso, de censura. Pero, claro, ahora se presenta la ardua labor de distinguir lo que es ínsito a nuestra naturaleza de lo que nos ha sido adherido en forma de usos, costumbres, y acervo cultural que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra andadura como especie racional. Y así, antropólogos, biólogos y filósofos se afanan en desentrañar nuestro ser natural, y tratan de dilucidar si, por ejemplo somos monógamos, violentos, carnívoros…por natura o por cultura. Peliaguda labor , pero es de esperar que los avances en la descodificación de nuestro genoma arrojarán bastante luz sobre esta cuestión.
Por otra parte, es que ni siquiera podemos refugiarnos en nuestras inclinaciones naturales para justificar nuestras acciones; tal es el pseudoargumento de la tan manida falacia naturalista, que confunde descripción con justificación; es posible que seamos una especie violenta por naturaleza, pero dado que una de las capacidades más sublimes y extraordinarias del ser humano es su plasticidad, su indeterminación, su capacidad de modificar sus tendencias innatas, nos es posible, y en muchos casos, imperativo, corregirlas. En pocas palabras, el “nomos” puede rectificar a la “physis”, algo que nos hace únicos, a diferencia del pobre escorpión, absoluto rehén de su genoma.
Así, el misántropo se frota las manos: Lo que para el resto del mundo animal es ley, en nosotros se torna criticable. Es la fatalidad de la libertad de la que hablaba Sartre…
Y es esto mismo lo que considero más censurable: pese a que la potencialidad correctiva humana es infinita, la realidad se revela frustrante: el individuo renuncia a su autarquía y se disuelve en la tribu, un útero confortable en donde se siente aceptado y querido. ¿Dónde queda esa necesidad de autorevisión , de autoexamen que para Aristóteles constituía una cualidad irrenunciable en el ser humano? El triunfo del hombre-masa descrito por Ortega se constata cuando el científico, el intelectual, el filósofo en suma, es tildado de “plomo”, cuando la actividad reflexiva despierta sopor y una insoportable pereza. Parece como si el homo sapiens quisiera apostatar de su sapiens , de su cualidad más noble y definitoria, en favor de un homo ludens escasamente reflexivo, pero intensamente entretenido. Asistimos perplejos a una sociedad infantilizada, en la que el pasatiempo huero sustituye a la inteligencia creadora; se impone el cine baboso, la televisión zafia, el turismo masificado y hortera; incluso en la política, ya dirigida más a fascinar que a comunicar ideas, prima el continente sobre el contenido.
Y lo peor es que es la misma gente mema y palurda la que más demanda y exige unos derechos y privilegios de los que apenas se ha hecho merecedora. En la sociedad del lujo y de la abundancia, no abundan las expresiones de gratitud ni reconocimiento hacia quienes la hicieron posible. En palabras de Cyril Joad: “La civilización occidental moderna es el resultado de ofrecer los frutos de unas decenas de hombres geniales a una población que se encuentra al nivel de los salvajes en el nivel emocional y al nivel de los niños de escuela en el ámbito cultural”
Mientras los bufones son elevados a los altares, los científicos, médicos, filósofos son ignorados, víctimas de un sistema de valores puesto del revés. La risa bobalicona, las emociones primarias noquean al intelecto y a la ética. En el templo Zen Ryoanji en Kyoto leí la siguiente inscripción: “Aprendo para estar satisfecho. Quien aprende para estar satisfecho es espiritualmente rico, mientras que quien no aprende para estar satisfecho es espiritualmente pobre por muy rico que sea en lo material” ¿Aprender por puro placer? Esto debe parecer absurdo en una sociedad en la cual todo triunfo ha de ser de naturaleza material, en la que aprender filosofía, la disciplina improductiva por excelencia, es considerado una lamentable pérdida de tiempo.
Está claro que al expresar esta antipatía, desconfianza, decepción –reconozcamos que eso de “misantropía” queda demasiado fuerte- por el ser humano se comete un pecado de generalización; mientras que uno puede decir que le asquean las cucarachas, no es justo categorizar de igual manera a los humanos, pues su asombrosa variabilidad hace poco aconsejable emplear ciertos adjetivos calificativos sobre ellos de una manera globalizadora .
En consecuencia, cuando me pregunto por el valor del ser humano ,lejos de tópicos etéreos como “la intrínseca dignidad del hombre” o “la especie elegida” , más allá de toda generalización esencialista sacralizadora o demonizadora, tengo que afirmar que valoro a cada persona en función de lo que haga con su vida; es la indefinición propia de nuestra especie la que nos eleva hasta la excelencia o nos precipita por la más profunda fosa moral. Recordemos la admirable reflexión de Pio Baroja (¡un misántropo!) “El hombre: un milímetro por encima del mono, cuando no un centímetro por debajo del cerdo” Por esto mismo no me cuadran esas pomposas afirmaciones sobre la superioridad (¿moral?) del hombre sobre el resto del mundo animal . Puede sonar extraño, pero si tengo que elegir entre un castor o Pol Pot, me quedo sin dudarlo con aquél.
Pero no, no me resisto a pecar; generalizaré, porque a pesar de lo expuesto, es posible hacerlo; ya que, si un profesor puede emitir un juicio sobre una clase en su conjunto (¡Vagos! ¡Problemáticos!), aunque no todos los alumnos queden retratados por tal juicio, también se puede criticar al conjunto de la humanidad, por más que algunos de sus integrantes no encajen en ella. Y se me ocurren muchos motivos para la autoflagelación
- Deploro que, en aras de un confort presente, la humanidad esté dispuesta a comprometer seriamente la vida de las generaciones futuras
- Me espanta que una minoría acomodada succione la riqueza de una mayoría, condenándola a la miseria, sin que se sienta culpable de ello
- Condeno que la especie humana, en virtud de una presunta superioridad ontológica, explote sin necesidad a otras especies hasta convertirlas en objetos de consumo
- Me decepciona que muchos humanos busquen su felicidad por medio de la obsesiva acumulación de bienes materiales, lo que hace que esto pase a convertirse en un fin, con lo que al final pierden la felicidad.
- Me estremece la capacidad de nuestra especie para erigir ídolos metafísicos (Dioses, patrias, tribus),todo tipo de entelequias que nos esclavizan, nos enfrentan y nos impiden disfrutar de la vida
- Me horroriza que no seamos capaces de encontrar –peor aún, ni de buscar- un sistema económico alternativo al presente, que considera nuestra casa, La Tierra, como un mercado, convirtiéndola así en objeto de sistemático saqueo
Y una crítica de conjunto, fuente de todos los males reseñados: mientras cada ser humano no emprenda la tarea de tomarse en serio su individualidad, mientras no entienda que una persona humana es un proceso de permanente construcción, mientras no riegue regularmente sus fundamentos éticos, no podré ser optimista, y seguiré sosteniendo la idea de que el ser humano es la especie truncada , cuya suprema idiocia consiste en no haber sido capaz de aprovechar el valioso don otorgado por la evolución: la inteligencia, al convertirlo en instrumento de destrucción, de sí mismo y de su entorno.

Se me acusará de resaltar los defectos y olvidar las virtudes. ¿Acaso el misántropo torticero obvia el hecho de que el arte, la literatura, la poesía, la ética también son nuestro patrimonio? Ya, ya, pero todo depende de cuánto pesa en la balanza cada elemento descrito, el yin creador frente al yan cainita; cada cual realice su propio pesaje, que en el mío salimos bastante malparados…Y no es que esto me lleve a subir a una azotea con un rifle para liquidar a todo quisqui, ni siquiera a abogar por la extinción voluntaria, sino simplemente a albergar un fuerte escepticismo y desencanto por la especie humana en su conjunto.
Eso sí, me niego a que se me acuse de profesar una misantropía apriorística; mi ojeriza a….nosotros (¡?) no obedece a una pose, a un mero prejuicio; me he esforzado en argumentar precisamente lo contrario, que baso mi pesimismo en razonamientos concretos . Misántropo ,sí, ¡pero por moda no!

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Misántropo tú? Venga hombre, eso para quien no entiende tu cinismo en plenitud, derrochador de momentos de una lógica y complicidad tal, que ningún sapiens que se precie puede evitar aceptar tus alagos de especie. Los que no se (a)precian y prefieren encontrar reconocimiento tras algún disfraz clónico, son los verdaderos misántropos que se cierran al trato del individuo humano. Fuera de ese trato, profundo y reflexivo, sólo hay momentos de interesado refugio y borrosos destellos de aquello que podríamos ser pero que se queda en algún sucedáneo de pretendida pero insatisfactoria jovialidad. ¡Ay mi tribu protectora!

Nada erfoud, me gusta tu trato misántropo ¿o de pretendida misantropia? Conmigo desde luego no funciona amigo.

erfoud dijo...

Mmmmm, Sujal, esa misantropía de la que hablo se refiere a mi desconfianza del homo sapiens en su conjunto (el cáncer de la biosfera, que tantos autores comentan)pero como he precisado en la entrada, en el vis á vis la cosa cambia. Ahí el juicio es por fuerza individual, faltaría más!
Eso sí, nadie me quita mi pesimismo antropológico, conste...

Anónimo dijo...

Lo sé,lo sé. Sólo estaba dándole la vuelta a la todavía indomable tortilla. No me hagas mucho caso ...Jjeje

DDAA dijo...

Deberías ver Zeitgeist Addendum, que aborda muchas de tus cuitas, si no todas (con la poisble excepción del animalismo).

erfoud dijo...

Ya lo he visto. En fin, lo comentaremos próximamente. Thanks DDAA!

Anónimo dijo...

¡Hola erfoud!
Acabo de conocer de la existencia de tu blog. Me ha gustado mucho esta entrada y la suscribo (por no aventurarme a decir todo) prácticamente por completo. Desde la crítica al supuesto determinismo natural/genético hasta las conclusiones misántropas.
Yo también siento muchas veces esa sensación de impotencia, esa misantropía por el "homo ludens", ese pesimismo ante la idea de que la gente piense por sí misma y que algo pueda cambiar.

Te agrego a amigos en mi blog.

¡Nos leemos!

¡Un abrazo!