21 de abril de 2010

Una aparente armonía


Salía del trabajo y, cruzando el parque me he fijado en varias escenas que evocaban un mundo feliz; los niños que, animados por sus madres,y llenos de emoción, daban de comer a los patitos del estanque; la joven pareja entrelazada en un banco dando rienda suelta a sus pasiones primaverales; los ancianos que en el banco de enfrente no se perdían detalle del frenesí amoroso de los impúdicos mozalbetes:una buena excusa para pasar el rato criticando a ¡esta licenciosa juventud de hoy en día!. En medio del estanque destacaba la joven pareja de ánades escoltando a sus pequeños recién arrojados a la vida. No lejos de allí, dos imponentes gansos graznaban repetida y ruidosamente, en lo que he dado en interpretar como una elaborada danza de cortejo. Entrañables estampas que, en su conjunto, transmiten un cuadro de apacible armonía. Y se me ha ocurrido ampliar el marco, para viajar mentalmente por toda mi ciudad, San Sebastián,el "marco incomparable", orgullosa de su nivel de vida, de sus espacios verdes, de su cuidado trazado urbanístico, de sus infraestructuras,de su gastronomía, de sus tradiciones...En definitiva, un espacio envidiado por muchos. ¿Una sociedad feliz? me pregunto, embriagado momentáneamente por mi imaginaria incursión.Y en una voltereta mental me ha dado por repasar las distintas etapas de la historia humana, jalonadas por frecuentes erupciones de violencia, guerras, hambrunas y un océano de zozobras individuales y colectivas, y cuando lo he confrontado con lo que puedo ver y vivir aquí y ahora, el choque ha sido poderoso, y no he podido evitar preguntarme...¿no nos estaremos pasando los "negativistas"? ¿No habría que discurrir de un modo hegeliano y concluir que el ser humano va evolucionando a lo largo de su tortuosa historia hacia crecientes cotas de libertad,justicia, armonía y felicidad?

Despierto abruptamente de mi inocente ensoñación. Vaya,por un momento me he dejado llevar por "el síndrome de la lupa": he llegado a conclusiones generales a partir de una escena local, de la misma manera que cualquier norteamericano de clase alta, embutido en el armonioso micromundo de su chalet con jardincito, rodeado de un apacible vecindario puede sinceramente pensar que todo va OK. Es importante, en estos casos, tratar de apartar esa lupa distorsionadora y esforzarse por ver el marco completo; a fin de cuentas, si vivimos en un mundo globalizado, toda conclusión que debamos obtener ha de ser igualmente global...De lo contrario hacemos trampa.

Contemplemos, pues, la situación en la que vivimos en relación directa con el complejísimo entramado de hebras políticas, económicas e incluso medioambientales de que se compone la red global.Tengo la suerte de vivir en un país rico, pero ¿de dónde nos viene esa opulencia? Nuestros supermercados están repletos de productos de todo tipo, estupendo, pero ¿cuál es su origen y de qué manera se han producido? Sé que mi tierra es productora de patatas, puerros, lechugas, manzanas...pero no precisamente de mangos, cacao, café y un largo etcétera de bienes que han sido cultivados y fabricados a muchos kilómetros de aquí. ¿Podríamos tomarnos el trabajo de averiguar los detalles de la producción, condiciones laborales de la población de origen, transporte e impacto energético y ecológico de esa lata de pimientos del piquillo proveniente de Perú que descansa en las estanterías de LIDL? Resulta sorprendente que los espárragos vengan de Chile, los plátanos, de Centroamérica, las camisas, de China, cuando todo ello, que uno sepa , puede fácil y lógicamente ser producido en un ámbito local o nacional. Recientemente leí, horrorizado, sobre unos camarones que son capturados en Escocia, a continuación enviados a Marruecos para su procesamiento y envasado (barato)y reenviados a Escocia para su consumo final. Y por lo visto, esta situación surrealista es moneda corriente en otros muchos productos. He aquí una maloliente excreción de una "lógica" del mercado que sólo atiende a los costes de producción y competitividad, olvidando criterios como la justicia social, la eficiencia energética o la atención medioambiental.

De manera que tenemos que superar el "síndrome del consumidor satisfecho" (¡caramba, me ha dado por inventarme síndromes!)y esforzarnos por conocer cómo funciona realmente el mundo, más exactamente , nuestra sociedad basada en una economía capitalista de mercado. Sólo así estaremos en condiciones de determinar si nuestro modo de vida es tan armónico como creemos y queremos pensar.

Y ya recobrado mi ser natural, pesimista e hipercrítico con el sistema, se me ocurre distinguir tres capas de détritus que mancillan irremediablemente el modo de vida que nos muestra la lupa. La primera aparece en cuanto exploramos la producción en masa de bienes baratos, en el marco de una intensísima competitividad entre empresas, en cuyo cuarto oscuro se apiñan incontables casos de explotación de humanos, tantos que tal rapiña ha de ser tenida como parte inherente de la globalización económica en que nos hallamos. Seguramente debiera extenderme en la descripción de muchos ejemplos de esta injusticia institucionalizada, pero tan sólo pondré como muestra este caso
, uno entre los miles con los que cualquier internauta se puede topar en una simple inmersión por la Red
La segunda revela el expolio de recursos naturales, un ritmo de explotación de los frutos de la Tierra muy superior a lo que nuestro agotado podrá soportar. Y en este apartado, los paganos son, por una parte, los pobladores más desfavorecidos en la actualidad así como a la larga todos los futuros habitantes de la Tierra. Y si bien esto último, aunque de una lógica aplastante, resulta por el momento complicado de demostrar, las penalidades "económicoecológicas" que sufren millones de personas en el 3er Mundo se nos revelan de forma abrumadora, siempre que uno se tome la molestia de buscarlo, claro está. Valga este ejemplo como un sintomático botón de muestra
Y la 3ª capa de hediondez la constituye, cómo no, la inmensa, casi inconcebible por su descomunal extensión, explotación de animales con fines espurios, de la que no habré de extenderme en esta ocasión, por haberlo hecho en entradas anteriores.

No se me ocurre cómo podría salvar o justificar a una sociedad que se asienta de una manera tan firme y directa sobre tal humus de injusticia e insostenibilidad. Prometo que he hecho un serio intento por ver las cosas de una manera optimista y positiva, pero es inevitable que los tres niveles de infamia se me presenten como insalvables icebergs en cuanto me pongo a discurrir sobre la realidad que nos rodea.
Es sencillo quedarse con el microcuadro descrito al principio del artículo, y uno puede autoengañarse cuanto desee en su miope visión de una sociedad equilibrada y armónica. De hecho , esto es lo que hace la mayoría de la población satisfecha, cebada, alienada. Traspasar ese mundo de apariencias supone trabajo y entraña riesgos (asquearse de nuestra sociedad lo es), pero es la única actitud valiente y honesta que cabe concebir .

Ay, que según tecleo advierto que me repito y me repito, pues todo esto, sospecho, ya figura en entradas previas. No sé, será que uno no da para más y que me encuentro embarrancado con los mismos temas...¡Para la siguiente ocasión prometo escribir sobre el punto de cruz!

31 de marzo de 2010

Ese Auschwitz


21 de Marzo, 1944. Mi primera visita a Auschwitz. Desde la lejanía se atisban los barracones de color ocre, y al fondo resalta otro edificio coronado por una chimenea humeante. Cruzo la alambrada de espino,los visitantes no parecen ser bienvenidos...Me acerco a una de las varias naves que se alinean en perfectas hileras. La entrada está cerrada, pero se puede levantar el cerrojo desde fuera. La primera sensación es el desagradable, intenso hedor que sacude a mi pituitaria. Apesta a cuerpos hacinados, en condiciones de extrema insalubridad. Bajo las luces mortecinas se adivinan múltiples sombras tratando de moverse sin lograrlo del todo. El lugar se encuentra atestado de cautivos, apiñados unos sobre otros en sus angostos cubículos. Llama la atención el oneroso silencio reinante,expresión de un mudo gemido colectivo ahogado por la desesperanza. Me acerco lentamente a las trémulas formas, arrebujadas las unas frente a las otras. Advierto muchos ojos clavados en mí, miradas inyectadas de pánico, de infinita incomprensión. Según me acerco, las sombras reculan al unísono, en un resorte perfectamente acompasado ,fruto sin duda de las incontables situaciones traumáticas vividas.Alargo mi brazo, pero nadie parece dispuesto a recibir su calidez; su existencia de dolor no concibe una mano amiga. No soporto más la hediondez del lugar y me precipito al exterior.
Durante unos minutos recobro el resuello y dejo que mi acelerado corazón atempere sus pulsaciones , mientras trato en vano de encontrar sentido a lo dantesco,de explicarme lo inexplicable. El mundo es dolor, afirmó Schopenhauer, pero él no vio nada de esto.
A unos pocos metros de allí se me aparece otro tipo de barracón, más pequeño y de forma rectangular. Dudo de querer ver lo que se oculta en su interior, mas me puede la curiosidad. Su interior, más oscuro, se encuentra dividido por diversos compartimentos, cada uno de los cuales alberga un prisionero completamente inmovilizado por una estructura metálica. ¿Una celda de castigo? Sospecho que varios de los desgraciados allí apresados han perdido la consciencia o, para su suerte, todo hálito de vida. Repentinamente me invade una intensa sensación de mareo, y atropelladamente me lanzo hacia la puerta de entrada, para evitar el colapso.
Ya a salvo,pienso en El Bosco, en cuán corto se quedó el genial artista flamenco en su surrealista visión del averno.
Lucho denodadamente entre el irresistible impulso de huir del lugar y la responsabilidad de enfrentarme a la más terrible realidad. Opto por continuar, pero me fijo un tiempo límite de diez minutos más, lo máximo que mi maltrecha sensibilidad podrá permitirme. Trato de acceder al edificio con la chimenea, pero la puerta está atrancada. Consigo entreabrirla, a empellones, y descubro que un cuerpo yacente obstruía la entrada. A un par de metros , una pila de cadáveres se alza frente a mí, y a su lado varios operarios se afanan en colocar a cada cerdo en su correspondiente gancho, para su inmediato despiece. Los restos inservibles se arrojan a un pequeño crematorio en la parte posterior de la sala. Nadie repara en mi presencia, entregados de lleno a su siniestra tarea. Abandono el lugar, ya más sosegado; al menos los pobres desdichados de mi última visión ya no sufrirán el sinsentido de su existencia.
Dejo la granja lentamente, sumido en un triste ensimismamiento , dejando que el arrastre de mis pasos refleje mi flojera vital. No puedo pensar con claridad: tan sólo acierto a maldecir a unos seres humanos que, con la falsa excusa de una necesidad alimentaria son capaces de someter a contínuas hornadas de cerdos a un infierno perpétuo, pues los hijos de los actuales internos, que ya asoman por las parideras, están abocados a reemplazar a sus padres, en una horrenda cadena de un dolor sin fin.
Y a quienes se escandalicen por la osadía de comparar el holocausto humano de Auschwitz con el aquí imaginado, retomo la cita de A. De La Martine:entre la brutalidad con el ser humano y la crueldad con los animales no hay más diferencia que la víctima.

7 de marzo de 2010

comparar y equiparar



Acabo de ver la exposición íntegra que Jesús Mosterín pronunció hace unos días en el Parlamento de Cataluña con motivo del debate sobre la posible prohibición de las corridas de toros en esta comunidad.
Impresiona comprobar cómo los Medios de comunicación se han apresurado a arrojar a Mosterín a los leones de la opinión pública con el falaz, por simplista, titular: Mosterín compara los toros con la ablación genital y la violencia de género a partir de lo cual todos los segmentos sociales no han dudado en rasgarse las vestiduras: Rajoy tildó de odiosa tal comparación. Pajín la calificó de "absolutamente inaceptable" y los muchos comentaristas que pueblan las tertulias televisivas y radiofónicas no han escatimado improperios hacia el filósofo (recuerdo claramente cómo la normalmente comedida Angels barceló le llamaba "Friky")Por su parte, cuatro asociaciones feministas estudian querellarse contra el filósofo por lo que estiman una agresión contra la dignidad de la mujer.Como puede observarse, una polémica de dimensiones considerables.

Pues bien, uno se pregunta si todos estos ilustres periodistas y políticos tan escandalizados conocen la gran diferencia existente entre "comparar" y "Equiparar". Comparar es poner dos situaciones, ideas o conceptos uno frente al otro para así entender el significado de algo. En esto no hay ningún propósito evaluativo de los términos comparados. Si uno quiere explicar a un niño que no debe justificar su mal comportamiento en clase porque otros también se portan mal, se puede decir que en un crimen uno de los autores no puede pedir la absolución porque otros han cometido un crimen igual y no han sido detenidos. Se trata de una comparación que sirve para ilustrar la idea de la responsabilidad ante los actos cometidos, pero en modo alguno se pretende equiparar el mal comportamiento en clase con, pongamos, un atraco a un banco. Y es que equiparar enfrenta a dos situaciones o conceptos a los que da un valor o peso similar. Comparar, pues, tiene un carácter ilustrativo (para comprender un concepto), mientras que equiparar tiene un carácter evaluativo.

¿Y que es lo que hizo el filósofo Jesús Mosterín? Primeramente comenzó hablando de la importante distinción entre moral (costumbres de un colectivo) y ética (reflexión de las acciones humanas con un propósito de Universalidad).Y mientras que La moral está unida a las tradiciones, costumbres ancestrales de los pueblos, la ética trata de desmarcarse de todo prejuicio localista y (hasta donde es posible)temporal para evaluar los hechos en sí mismos. Y es en este contexto, con el fin de refutar el manido argumento de que la tauromaquia es algo valioso por estar arraigado en la tradición Ibérica, cuando Mosterín aludió a que también la ablación genital, la tortura, la costumbre de obligar a las mujeres chinas a tener unos pies diminutos, la Inquisición o la subordinación de la mujer al hombre constituyen costumbres ancestrales, pero su arraigo no dice nada sobre su bondad o maldad. Hay por tanto tradiciones que merecen la pena ser mantenidas y conservadas, mientras que otras han de ser eliminadas.

Me pregunto si todos los que han puesto el grito en el cielo ante las palabras de Mosterín saben distinguir entre "comparar" y "equiparar". Como supongo a estos ilustres personajes un cierto nivel de erudición, no puedo sino sospechar en un ánimo de dolo en sus invectivas proferidas. Como no me imagino ni a Leire Pajín, a Rajoy, ni a Carlos carnicero reaccionando escandalizados cuando se califica de "monstruos" a quienes perpetraron el asesinato de Marta del Castillo (no deja de ser una comparación), o ante los cientos de comparaciones que se vierten cada semana sobre todo tipo de temas , he de pensar que sus airadas manifestaciones de repulsa hacia Mosterín se deben o bien a pura histeria irreflexiva (colectivo feminista) o a un deseo interesado de demonizar a quienes sostienen posturas antitaurinas.

6 de marzo de 2010

esos antiprohibicionistas

"A mí particularmente no me gustan los toros, ni voy ni pienso ir a ninguna corrida, pero estoy en contra de esa corriente prohibicionista que cercena libertades básicas. A quien no le gusten los toros, que no vaya. A quien le gusten que vaya"

He intentado resumir la postura de un buen número de tertulianos que últimamente tanto se han dejado oir en la radio/TV en relación con el tremendo jaleo que se ha montado sobre la posible prohibición de la tauromaquia en Cataluña.
Creo que es la postura que más he oido: la de los que, simplemente se lavan las manos, pero que indirectamente contribuyen decisivamente a formar una opinión favorable a la perpetuación de la tauromaquia.
¿Qué se puede responder a tales argumentos?
En primer lugar, quisiera saber si los que se pronuncian en tal sentido son tan antiprohibicionistas en otros muchos aspectos, o si por el contrario se manifiestan ardientemente por la prohibición del consumo de drogas, del proxenetismo,de quemar perros vivos en la via pública, de fumar en lugares públicos, de la venta ambulante sin licencia, de echar basura en la calle etc etc. Me da en la nariz que su canto a la libertad, que sus pasiones antiprohibicionistas son de un carácter sumamente selectivo y se circunscriben ...a los toros. Tramposo, ¿no?
Y es que, relacionado con el punto anterior, en todo esto subyace una idea clave: El tema taurino, lejos de ser considerado como un asunto que atañe a la ética, se ha querido presentar como una mera cuestión de gustos, como si el "me gustan/no me gustan los toros" fuera exactamente igual a un "me gusta/no me gusta la petanca". Y visto así, claro que parece una barbaridad plantearse la prohibición. La conclusión lógica es la ya mencionada: quien quiera, que vaya, y quien no, que no vaya.
Es fundamental desmontar este falaz argumento. Si no comenzamos por exponer que no es un tema de gustos sino de ética, no hay avance posible. A menos que logremos transmitir la noción de que un toro es un animal con intereses activos, que es un ser digno de consideración moral, no podremos siquiera encauzar ningún debate

25 de enero de 2010

10 de enero de 2010

la felicidad de El Corte Inglés


En la última campaña televisiva de El Corte Inglés, una voz de mujer exclama con entusiasmo: "¡Qué calidad! ¡Qué precios! ¡Esto es la felicidad!" (Emitido en la ETB)
Hace algunos años, otro anuncio radiofónico presentaba a un grupo de amigos en un bar, en medio de un ambiente relajado,todos con su copita de "Soberano". Y finalizaba con esta perla: "Soberano:para hacernos un poco más amigos"
Los brandys favorecen la amistad, las compras proporcionan la felicidad.... Da un poco de asco, ¿no? Y lo peor no son las campañas en sí, sino que en buena medida tales vinculaciones se van autentificando, tal es la fuerza ideológica de las fuerzas que dirigen el mercado; las empresas crean actitudes y patrones de comportamiento.El ocio se desarrolla en las cada vez más mastodónticas ciudades comerciales. Nos han inculcado la noción de que pasar el tiempo comprando es una actividad placentera.Y nos lo hemos creido

Y si bien este cínico no se cuenta entre los admiradores de Agustín de Hipona, al santo lo que es del santo, el tipo hace muchos siglos, sin duda influido por el estoicismo tan en boga en su época, distinguió claramente entre los bienes de fortuna y los bienes espirituales, y afirmó que la felicidad no puede provenir de la posesión de aquéllos, sino sólo de la captación y asunción de éstos. Claro que mi idea de "bienes espirituales" difiere completamente de la de Agustín (el se refería a Dios, a valores religiosos); en todo caso,compartimos la noción de que la felicidad -suponiendo que sea posible como estado duradero- no es de naturaleza material, sino que proviene de la "calidad" de los pensamientos de cada uno.

Y, lo siento , Zapatero, pero no pienso hacerte caso en tus repetidas, casi agónicas llamadas para incrementar el consumo; como me resisto a mantener viva la hoguera del consumismo, admito ser un mal ciudadano en este importante aspecto, capital para el engranaje en el que nos hallamos. Allá vosotros, los socialistas, en vuestro peculiar matrimonio con El Corte Inglés y con todo aquello que Pablo Iglesias denostaba, que aún hay gente -pocos- que luchan por mantener cierta coherencia vital. Y reitero que más allá de lo que pudiera parecer una postura numantina de resistencia frente a la superficialidad hiperconsumista e incluso más allá del discurso que defiende que el invasivo tumor desarrollista acabará por destruirnos, de verdad que uno sostiene que la felicidad nada tiene que ver con la que nos propone (¿o impone?) El Corte Inglés.