23 de octubre de 2008

Las fronteras de la empatía


A lo largo de su mandato como comandante de Auschwitz, Rudolf Hoess mostró un comportamiento de lo más bipolar: mientras que fuera del Campo era considerado como un hombre ejemplar, un padre modélico y un dechado de amabilidad y consideración hacia sus conciudadanos, apenas se incorporaba a su centro de trabajo transmutaba en la bestia insensible y despiadada que le llevaría a vincular su nombre a la infamia genocida.

L. Frank Baum es recordado por su inmortal cuento infantil "El Mago de Oz", así como por ser el autor de otros muchos libros para niños. No lo será por otros escritos menos encantadores: "la nobleza de los Pieles Rojas está extinguida, y los pocos que quedan son una manada de chuchos gimientes que lamen la mano que les golpea. Los Blancos, por la ley de la conquista, por la justicia de la civilización, se han adueñado del continente Americano y la mejor manera de asegurar sus fronteras es aniquilando a los Indios restantes" Y tras la masacre de Wounded Knee, Baum escribió: "Haremos bien , en aras de proteger nuestra civilización, en eliminar a estas indomadas criaturas de la superficie de la tierra" (Fuente:Eternal Treblinka, de Charles Patterson)

Y es ante casos como los aquí mostrados, en absoluto excepcionales, que uno no puede evitar preguntarse cuál es ese extraño mecanismo que hace que el sentimiento de empatía se active y desactive de una forma tan aparentemente arbitraria y radical. Y es que el concepto de empatía se me antoja sumamente esquivo y resbaladizo, hasta el punto de que parece entrar de lleno en ese complicado mundo que denominamos "relativismo moral": ciertas categorías de seres son catalogadas como dignas de empatía, mientras que otras son completamente excluidas de tal consideración. Y ante esto, conviene averiguar cuáles son los elementos que hacen que se produzca tal disparidad. Veámoslo.

En primer lugar hay que dejar claro que para que se produzca un sentimiento de empatía es necesario que el sujeto con el que empatizar sea susceptible de sufrir "Pathos", esto es: «todo lo que se siente o experimenta: estado del alma, tristeza, pasión, padecimiento, enfermedad».En consecuencia, uno puede sentir tristeza ante la destrucción de un hermoso paisaje kárstico, la "muerte" de un río o la voladura de una montaña, pero en ningún caso se puede sentir empatía por ellos. El hecho de estampar violentamente un libro contra la pared no implica (aparte de las consideraciones sobre la propiedad del libro) un acto de naturaleza ética, cosa que no se puede decir si lo estampado es un hamster...

Tampoco cabe mostrar tal sentimiento empático hacia seres vivos carentes de capacidad de experimentar dolor o sufrimiento; un árbol talado no nos lleva a sufrir con/por él, puesto que la evolución no le ha dotado de tales sensaciones. De hecho sería absurdo que así fuera, dado que el dolor no deja de ser un mecanismo que la evolución ha proporcionado a los animales para advertir a nuestro organismo de un peligro dado. En este caso sí se puede decir que la naturaleza es sabia, al no dotar de un sistema nervioso a un tipo de ser vivo (el reino vegetal) que nunca podría beneficiarse de él.

Ahora bien, conviene preguntarse por qué podemos llegar a mostrar tanta sensibilidad hacia un tipo de criaturas, y nada en absoluto hacia otras. Es obvio que también en esto hemos sido diseñados para sentir un mayor grado de com-pasión hacia quienes nos son evolutiva o funcionalmente más próximas. Sencillamente, nos sentimos particularmente reflejados en quienes más se nos parecen, de tal manera que podemos percibir su padecimiento como propio. Pero a medida que las diferencias entre los individuos se van acrecentando, nos vemos progresivamente menos identificados con ellos, por mucho que asumamos que su capacidad para sentir emociones y sensaciones no dependa de las diferencias morfológicas existentes .En el llamado círculo moral, ya mencionado por Charles Darwin, cada uno de nosotros manejamos numerosas variables, que nos predisponen para orientar nuestros sentimientos altruistas de una manera más o menos mecánica. Así, la pérdida de vidas en un accidente próximo nos produce un impacto mucho mayor que otra exactamente igual que haya tenido lugar a 3000 kms de distancia, por más que en ambos casos las víctimas nos sean completamente desconocidas. Los factores familiares, de amistad, raciales, culturales , de especie, etc son decisivos para establecer una gradación en nuestros sentimientos de empatía. Y es completamente lógico que sea así; de lo contrario, si no dispusiéramos de un mecanismo de discriminación, si percibiéramos todo el dolor ajeno de igual manera, no podríamos vivir. Como el dolor y el sufrimiento forman parte omnipresente de la vida, quedaríamos presos de una perpetua e insoportable angustia. De modo que es natural y aconsejable modular nuestros sentimientos hacia los demás. Gracias a ello, podemos acudir despreocupadamente a un concierto el mismo día que se ha producido un devastador terremoto a 5000 kms de donde vivimos.

Lo que más llama la atención no es por tanto nuestro sistema de gradación de la empatía, sino el proceso por el cual uno puede ocluir completamente todo tipo de relación emocional con otro individuo o categoría de individuos , hasta el punto de ignorar su pathos mismo. El sujeto queda entonces degradado de su condición, se ve rebajado a la categoría de “cosa” y a partir de ahí todo abuso y brutalidad se abren paso con pasmosa naturalidad. No podemos entender los más infames episodios de la historia (¡y del presente!) sin tener en cuenta este mecanismo de negación del otro: el judío,el tutsi, el negro, el armenio, la mujer, el gitano….el animal de granja. Categorías enteras de seres han sido despojadas de su sensibilidad para así poder ser “procesadas” sin que por ello pese la conciencia. Por lo tanto, el paso previo a toda violencia es dinamitar toda posible relación empática con el otro, y esto es algo que con frecuencia requiere de un intenso y concienzudo proceso de adoctrinamiento, no necesariamente del tipo al que fueron sometidos los miembros de las SS; basta con medios más sibilinos, menos viscerales, pero que por su constancia en el tiempo, la interminable repetición de sus mensajes, su perfecta imbricación en los medios de comunicación y en el sistema educativo, pueden llegar a producir resultados igualmente espectaculares y profundos . De esta manera, la mayoría de la población llega a asumir lo inasumible: que alguien es algo .Objetivo cumplido

Y es que el ámbito de la empatía también está sujeto al proceso dialéctico, es decir, es dinámico, cambia conforme cambian los valores y contenidos éticos de las sociedades. En terminología marxista, los sentimientos de compasión de los humanos quedan englobados en la evolución de la superestructura (mentalidad, valores, ideología…); hoy nos escandalizamos de los abusos cometidos sobre los esclavos negros hace cuatro siglos, y nos resulta aún más inaudito que tales tropelías fueran consideradas completamente naturales y aceptables por parte de la mayoría de la población. Es fácil y cómodo bramar ante los desmanes pretéritos, pero no lo es tanto denunciar las injusticias que se cometen en el mundo actual. Y haberlas, haylas, visibles para quien se tome la molestia de percibirlas, más allá de lo que los valores imperantes estiman correcto. Recuerdo la sentencia de Christoff en la memorable “El show de Truman”: “aceptamos la naturaleza del mundo tal como nos la presentan. Así de sencillo” O sea que quien quiera indagar sobre lo que se esconde detrás de las “verdades oficiales” no tendrá más remedio que adoptar una actitud rebelde, inquisitiva y escéptica, actitud que inevitablemente le supondrá la incomprensión y rechazo de la mayoría acomodaticia (“lanar” que diría Jiménez Losantos) y estar dispuesto a digerir aquello que llegue a desvelar. Y así como es posible que cuando vea NIKE vea explotación infantil, también pudiera ocurrir que llegue a identificar el jamón serrano con la negación de la animalidad a un ser sensible y complejo. Y de este modo, las esclusas de la empatía pueden abrirse hasta donde a cada uno le dicte su conciencia y sentido ético. De alguna manera, uno puede salir malparado: ridiculizado, vilipendiado e incluso excluido de muchos círculos sociales; el “tábano” Sócrates lo pagó incluso con su vida. ¿Qué ganamos, pues? Algo impagable: la íntima sensación de hacer lo correcto.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Como es lógico, en un día no me leeré todo lo que has puesto, pero miraré con lupa el tema del "pathos"! jijiji
Un saludo!
Bárbara

Anónimo dijo...

Gracias querido profesor, me ha gustado mucho tu escrito.

DDAA dijo...

Tu frase: "Es fácil y cómodo bramar ante los desmanes pretéritos, pero no lo es tanto denunciar las injusticias que se cometen en el mundo actual."

... me ha recordado esta cita de Arrabal (recomiendo la lectura del artículo completo)

«Cuán fácil es sonreír con superioridad de los monstruosos errores de ayer, y cuán difícil desenmascarar las barbaridades en que todos creemos hoy. Y cuán más difícil aún resulta cultivar humildemente el arte de dudar de nuestros convencimientos.»

Y es que (ya que estamos con citas):

«Hace falta una mente excepcional para emprender el análisis de lo obvio»
- Alfred N. Whitehead